Todos los farmacéuticos conocemos el caso del metílico, ocurrido en España en 1963. Fue una intoxicación grave, la mayor ocurrida durante el franquismo, que originó más de 50 muertes y decenas de afectados con ceguera, debido al consumo de bebidas alcohólicas elaboradas con metanol. La intoxicación tuvo una especial incidencia en Galicia,
donde se originó el fraude, y en Canarias,
donde fue descubierta por la farmacéutica María Elisa Álvarez Obaya.
Aquel año un avaricioso bodeguero orensano, Rogelio Aguiar, propietario de Bodegas Aragón, experimentó con distintos alcoholes para multiplicar sus ganancias
en la preparación de aguardientes
y otros licores; primero usó isopropílico,
también tóxico, pero finalmente,
tomó contacto con
Alcoholes Aroca, de Madrid, distribuidor de metílico para uso industrial, cuyo precio
en torno a 15 ptas./L, la mitad del coste del alcohol vínico en la
época, desató su codicia. Así,
adquirió hasta 75.000 L de metanol, etiquetado claramente como “No
apto para el consumo de
boca” y preparó diversos
licores que distribuyó
a otros almacenistas sin advertir de su posible toxicidad.
Descubrimiento del fraude
Una de las
partidas llegaría
desde Vigo a
Lanzarote, a la
localidad de Haría, donde se producen,
en el primer trimestre de 1963, tres
muertes, la última el 15 de marzo, viernes.
Quiso la casualidad que en
este municipio trabajase como inspectora
farmacéutica
municipal María Elisa Álvarez Obaya, una joven asturiana, licenciada apenas dos años antes. Al día siguiente de que todas las víctimas
habían consumido
ron (aguardiente) en el mismo bar, sospecha
por los síntomas que el origen podría ser una intoxicación por metílico.
Adelanta sus sospechas
al alcalde, que pone a su servicio
un vehículo y un guardia
para refrendar su autoridad inspectora. Con diligencia y celo profesional, recorre todos los bares y comercios
del municipio, e inmoviliza los productos
sospechosos.
El 17 de marzo,
domingo, “… me
encerré en la farmacia…
y monté la técnica para investigar
el metílico” en las muestras de garrafas de ron; el resultado es claro: presencia –cualitativa– del
tóxico. El asunto es muy grave, por lo que, con prudencia profesional, decide confirmar
los resultados:
“me
trasladé a la
Jefatura de Sanidad de Las Palmas… El análisis hecho en Haría lo entregué a Francisco
Rubio Guerra –inspector provincial de
Farmacia–. Los resultados
fueron confirmados.
Regresa a la isla
de Lanzarote
y redacta un informe fechado el 21 al alcalde de
Haría, suscrito también por el
médico titular del municipio,
José Antonio Hernández Barreto, para su traslado
al Juzgado de Instrucción de Arrecife. Este informe sería fundamental en la resolución del caso.
Pocas semanas después, se nombraría
un juez
especial para toda España, José de Cora Rodríguez,
magistrado de la Audiencia de Ourense. En las
investigaciones
por toda España, pero especialmente en las regiones citadas, los farmacéuticos titulares municipales
desarrollarían una intensa
labor analizando aguar- dientes, licores y otras bebidas,
incluidos vinagres de uso en las
conserveras gallegas para elaborar
pescados en escabeche.
El juicio tendría
lugar a finales de 1967, cuatro años después,
dictándose sentencia
condenatoria el 27 de diciembre contra 11
procesados, propietarios y gerentes
de diversos negocios
de bebidas… que se declararon insolventes… y las víctimas
fueron rápidamente olvidadas.
Trayectoria
profesional
y personal
María Elisa Álvarez Obaya había nacido en Villaviciosa (Asturias) el 12 de enero de 1934.
Allí
inicia el bachillerato en el colegio San Rafael, regido por religiosas.
Por orientación familiar
y con 17 años se matricula
en la Facul- tad de Farmacia
de Santiago de Compostela; allí, en la vieja Fonseca, realizaría casi toda su carrera. No fue el suyo un recorrido académico brillante, lo que ella reconocía: “fui una mala estudiante”. En el curso 1960-1961
se traslada a la Universidad de Barcelona, donde se licenciaría tras aprobar la
única asignatura que le queda- ba, Bromatología, curiosamente la disciplina que le haríafamosa. Apenas dos meses después de
terminar su carrera estaba ya
en Canarias, para regentar
una humilde
farmacia
en Haría,
una pequeña
población del norte de la
isla de Lanzarote sin agua
corriente ni luz todo el día. Allí trabaja también como inspectora
farmacéutica municipal
interina desde enero de 1962.
En aquella farmacia “minúscula, con un laboratorio modestísimo”, según sus propias palabras, descubriría el origen de la
intoxicación. Por su brillante
actuación, las autoridades sanitarias
le la invitarían
a trabajar en los laboratorios de la Inspección farmacéutica de Las Palmas,
dedicándose a análisis
bromatológicos. Allí trabajaría
hasta su jubilación, si bien en 1969 ejercería
como regente en una farmacia en Las Palmas de Gran Canaria.
En 1964 ya había ingresado en el cuerpo de IFM por oposición libre, a cuya preparación se dedicaba desde su llegada a Lanzarote.
De naturaleza discreta, y con destacada
humildad, evitaría siempre hablar
del caso,
por los
ingratos recuerdos; entre éstos estaba
el acudir
escoltada por la Guardia Civil
al juzgado
de Arrecife para declarar; también las amenazas recibidas al acudir
al juicio celebrado
en Ourense en 1967.
En el ámbito personal, se casaría con Alberto Rivero Marrero,
primero secretario y más tarde presidente del Colegio Farmacéutico de Las Palmas, matrimonio que no tendría hijos. Sí tendría una sobrina
licenciada en Química,
Elisa Álvarez Castejón, y un sobrino
político farmacéutico, Aldo Iess Marrero, fallecido
tempranamente, a los que enseñaría los rudimentos de las técnicas de laboratorio; ambos destacarían siempre la curiosidad natural y el tesón fuera de lo común de su tía. Esa misma característica la refrenda José Antonio Apolinario
Cambreleng, farmacéutico canario, compañero en la facultad
compostelana y después en Las Palmas,
y autor de varios artículos sobre
aquel suceso. Siempre estuvo unida
a su familia de Asturias, a sus tres hermanos
y cinco sobrinos.
Tras una rápida enfermedad, María Elisa Álvarez fallece el 26 de febrero
de 2010, a la edad de 76 años.
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